El 19 de febrero de 1947, hace 63 años, fue publicado Bajo el volcán de Malcolm Lowry. Los diez años que tomó la elaboración de esta novela fueron un infierno: reescrita varias veces, una gran cantidad de rechazos, un incendio en casa, un divorcio y la lucha desesperada de Lowry contra el alcohol, en la que incluso llegó a beber una botella de aceite de oliva, creyendo que era un tónico para el cabello.
El dinero enviado por su editor para que Lowry y su esposa viajaran de su cabaña de Vancouver a Nueva York, lo aprovecharon al máximo: volaron a Seattle, tomaron un autobús a Nueva Orleans, se alojaron en un buque de carga haitiano, volaron a Miami y finalmente tomaron un autobús para llegar al norte, después de diez semanas, muchas desventuras y una hospitalización del escritor a causa de su alcoholismo, la mañana misma de la presentación del libro. Pero las circunstancias que rodearon al libro valieron la pena: las críticas elogiaron la novela, comparando al escritor con Thomas Wolfe, argumentando que era mejor que Hemingway y sólo por debajo de Joyce. “Ya sea que se lea como un estudio de desesperación moderna o del México “mágico o diabólico” o del alcoholismo –la embriaguez recordada en la sobriedad—, dijo Martin Amis (vía Wordsworth), se mantiene cerca de la cima de la lista de los “más grandes libros del siglo”.
A los 37 años, Lowry deseaba que Bajo el volcán fuera el primero de siete volúmenes de una “Divina Comedia de la embriaguez”, aunque la idea, y el propio autor, no llegaron más allá de la etapa de la embriaguez. Es casi imposible perseverar en la lectura de los últimos diez años de Lowry, o posible sólo con lo que propone Amis: “Hacia el final, incluso los anormales accidentes de Lowry y su racimo de catástrofes asumen un aire de monotonía”.
No es que Lowry, y su esposa, no desearan una cura. Al fallar la terapia de electrochoque, Lowry optó por el tratamiento de aversión mediante apomorfina: diez días de aislamiento con apomorfina y todo el alcohol que quisiera beber. Le tomó 21 días alcanzar su límite… o eso parecía. Escapó del centro de tratamiento y se perdió durante dos días. Los últimos 18 meses fueron más de lo mismo: el fin llegando a la aldea de Sussex, desde una botella de ginebra y una de píldoras para dormir.